lunes, julio 11, 2005

Crónica de una visión hipnagógica

Es de noche. El día se ha llevado la poca luz que aún conservaba mi espíritu. A pesar de mi estado etílico, sé que me encuentro en la carretera. Las señales que van pasando así me lo confirman. Fijo la mirada en el frente, pero la vía se desdibuja. El único camino que existe es el que iluminan los faros de mi auto: una gruesa línea compuesta de múltiples puntitos brillantes que, al chocar contra una superficie invisible, se fragmentan. «¿A dónde voy?», me pregunto. «A cumplir con mi destino», me responde una certeza que proviene de mi interior. Pero no son palabras, es un sentimiento que se sabe a sí mismo. El carro parece haber adquirido voluntad propia y me conduce hacia el lugar que desde siempre ha estado escrito. Aunque quisiera, no puedo dar marcha atrás. Me dejo llevar. De pronto, las luces se apagan, ya no hay camino por recorrer. El ruido del motor cesa. La angustia me invade. No veo nada. Un estruendoso rayo me saca de mi estupor. La luz que éste proyectó me permite ver un alto muro que me invita a saltarlo. Acepto su sugerencia. Una vez traspasado el umbral prohibido, voy sorteando los obstáculos blancos que surgen a mi paso. Me muevo cual autómata. Mi voluntad es nula. Algo irresistible me obliga a seguir caminando. Obedezco. Pero el frío que cala en mis huesos es como una bofetada que me devuelve la conciencia. Me descubro empapada y busco un sitio que me cobije de la lluvia. Mi mirada tropieza con una poderosa sombra que me cautiva. «¿Qué es?», me pregunto. «¿Por qué luce tan diferente al resto del paisaje?, ¿por qué no puedo delinear su forma?», pienso desesperada. Entrecierro los ojos para poder distinguir mejor la figura que se me resiste. Nada. Vencida, pienso en mi propio ser. Me percato de que estoy sola en este mundo de sombras. Un incontenible temblor (mezcla del frío que experimenta mi cuerpo y del miedo que siente mi alma) me recorre. Tambaleo. Busco un sostén. Mi mano alcanza un bulto. Lo recorro con la mirada hasta rematar en una cruz que se alza en lo alto. Hago cálculos. Atónita, caigo en cuenta de que lo que me sirve de soporte ¡es una cripta! Mi pensamiento se embota. Un molesto zumbido tortura mis oídos. En eso, otro rayo ilumina el sitio. El zumbido desaparece, pero la luz ya no se extingue. Temerosa, busco la sombra extraña, pero mi mirada ya no la encuentra, en su lugar está un sepulcro (para nueve) con tres espacios por encima de la tierra. Los de las orillas están tapiados, pero el de en medio… ¡Oh, el de en medio! Ahí está resaltando del cuadro. Me espera, lo sé. El miedo se ha ido. La tranquilidad se apodera de mí. ¡Por fin! A punto estoy de encaminar mis pasos hacia el acogedor rincón que me aguarda impaciente, cuando una voz me saca de mi ensoñación. «¡Zihuatl!», me llama. El mundo que tengo ante mis ojos se viene abajo. Hay confusión. Hay desilusión. Cuadro por cuadro recompongo mi realidad, pero el producto ya no tiene la misma apariencia que tenía segundos atrás. ¡Maldita sea!, ha vuelto a ser tan terriblemente razonable.

Una "visión hipnagógica", dicen los que saben, es el producto de una conciencia (hipnagógica también) en la que predomina una alteración de la atención. Entonces, para que un fenómeno tal pueda existir, se requiere cierta ausencia de la atención voluntaria. ¿Qué quiere decir esto? Simplemente, que los objetos que nuestra conciencia vislumbra en ese estado, no son propuestos como existentes actualmente, aunque se perciban como muy reales. Y es que, a diferencia de los objetos percibidos por nuestra conciencia en estado normal, éstos no están localizados, es decir, no ocupan un lugar entre los demás objetos, sino que sólo se destacan contra un fondo vago. Por eso, en mi experiencia, sólo pude ver un sepulcro luminoso rodeado de una completa oscuridad. Por eso no puedo decir si éste estaba a izquierda o derecha de tal o cual otra tumba, de tal pasillo, de tal planta. Ahí no había nada más que la imagen hipnagógica que mi conciencia creó, apartándose de su forma de proceder en condiciones normales, construyendo una realidad con otras propiedades. Además, mientras que en la manera de aparecer un sepulcro en la percepción aparece algo que después se identifica como un sepulcro; en la visión hipnagógica la aparición del sepulcro forma una y la misma cosa con la certeza de que se trata de un sepulcro. En ese sentido, los fenómenos hipnagógicos no son contemplados por la conciencia, sino que son de la conciencia. Pero esa conciencia que no pone atención no está distraída, más bien está fascinada. Ese estado de fascinación es el producto de un deslizamiento detenido hacia el sueño. Cuando el adormecimiento nos embate y no queremos dormirnos, cobramos conciencia de ese nuestro andar hacia el sueño, pero retrasamos su evolución, con lo cual, creamos cierto estado de fascinación consciente, que es precisamente el estado hipnagógico. En tal estado, las formas que vemos son las que buscamos. Las ideas que rondan en nuestra cabecita toman cuerpo en forma de visión con una real fatalidad. Lo paradójico del asunto es que lo que vemos (en mi caso, el sepulcro) no es nada.

Habrá quien me diga que sólo he buscado un nombre elegante para describir una visión semejante a la de los elefantes rosados de un Barney (no el dinosaurio afeminado, sino el borracho de los Simpson, je). Sin embargo, hay una diferencia fundamental entre una y otra. Mientras que ciertas sustancias psicotrópicas tienen la capacidad de alterar la conciencia, sólo lo hacen en algún sentido, y éste se convierte en signo de tal alteración. Por ejemplo, la visión doble de los alcoholizados; la visión en cámara lenta de los que se dieron un “toque”. No en balde utilicé el ejemplo de los elefantes rosados, que ya son un signo (un tanto burlesco) merced a la convención. Lo fundamental aquí es el estado de ensoñación en el que nuestra conciencia aparece cautiva (fascinada) en (y no por) una forma que desde siempre fue idea existiendo. Por otro lado, habrá quien piense que sólo soy una psicótica que ya delira o alucina, y quizá tenga razón. Las imágenes hipnagógicas son también la forma delirante de ciertas psicosis. Tanto en los casos normales como en los casos patológicos, la base constitutiva de la conciencia hipnagógica es una alteración de la atención. No obstante, aun aquí hay una diferencia entre uno y otro caso. Mientras que el loco cree que lo que ve existe, yo soy conciente de su inexistencia. Y aunque no lo fuera, y pensara que estoy loca, Descartes vendría a contradecirme diciendo: «no niña, usted que piensa (que está loca), no puede estarlo».

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Mujer bonita, diga lo que diga Descartes, estás más loca que una cabra. Ya en serio, lo que me salta en tu reflexión es que haces parecer a la visión que tuviste como independiente de tí, porque no crees que tu borrachera la haya inducido. Según Leroy, lo que caracteriza una visión hipnagógica es una modificación de conjunto del estado del sujeto. En ese sentido, la agüita amarilla que ingeriste modificó tu estado y, con ello, tu atención se vió alterada. ¿Tle mochiuh?

Zihuatl dijo...

Pos yo no lo veo así mi filósofo. No digo que las chelas no hagan estragos en mí (o en mi conciencia), lo que pongo en duda, es que ellas sean las causantes de la visión que tuve. Si acaso, favorecieron mi adormecimiento, pero nada más. Por otro lado, con respecto a lo que dices que dice Leroy, Sartre le contestaría: «nel mi buen, en psicología no hay ESTADOS, sino organizaciones de conciencias temporales». Xikpoua tamox: Lo imaginario totoka (muuuy recomendable). Lo que quise decir es que mi conciencia se organizó de tal manera en aquel momento (de adormecimeinto) que le dio forma a una idea que viene rondándome de tiempo atrás.

El leprosario dijo...

Creo que la ausencia del estado conciente y el acercamiento a la fase hipnagógica (entre la vigilia y el sueño) es un proceso. Como tal, se pierde en el infinito el momento en que se pasa de uno a otro. Estaríamos hablando de una distinción elaborada a posteriori y como tal dudosa sobre el suceso mismo y más tratándose del estado descrito. En esta fase hipnagógica por lo que se ve, la voluntad llega a su extrema inesencia, se convierte en un mero «valor». El valor está pensado como condición de voluntad. Sin embargo, creo yo que los objetos no pueden ser creados por la conciencia, menos aun, ser la conciencia, son objetos reales distorsionados por la conciencia, apartada de su forma de proceder en condiciones normales. Esa recontextualización del estado del individuo es un abandono del estado de vigilia, pero no del todo. Diría Heidegger: animal (sensibilidad) rationale (no sensible) e ahí lo contradictorio. Por otro lado, ¿acaso se puede estar en la completa yoidad?, el objeto es la unidad de las existencias y como tal es más que el enfoque del individuo en el estado en que se encuentre.

Por último, considero que se comprende en la acción desarrollada un elemento unitario: el enlace profundo entre lo bárbaro e irracional (el viaje ante una vía que se desdibuja, guiada sólo por una serie de puntitos brillantes), y la apariencia bella aunque trágica de las criptas. Coincido también en que es la huida del aplastante peso de la racionalidad y la elevación hacia el breve pero inolvidable momento de lo sublime.

P.D. Como una vez dije, si pudiésemos quitar los tiempos accesorios del día y dejáramos sólo los momentos intensos de vida que consideramos que realmente valen la pena, no tendríamos ni unas horas de nacidos!!!

Ah, creo que usted no está loca, ¿o si?

Zihuatl dijo...

Leprosario:

No estoy describiendo a la conciencia hipnagógica en términos de ESTADO del sujeto. No me interesa hablar de LA fase hipnagógica por la que atravesé yo, sino de una forma en que mi conciencia se organizó en aquél momento. Por eso no me importa si el abanico de posibilidades de algo como "la fase de adormecimiento de las personas" es infinita. Estoy hablando de una visión, de una imagen que se me dio en la conciencia cuando ésta tuvo a bien organizarse con ciertas características, entre las cuales se encuentra el adormecimiento que despierta una fascinación.

Por otro lado, me gustaría establecer una distancia entre la percepción que tenemos de los objetos y la imagen que de ellos nos formamos (que me parece usted confunde). Yo no percibí ningún sepulcro, simplemente no había objeto que percibir, la imagen hipnagógica de sepulcro que mi conciencia me dio no era nada (en términos físicos), era tan sólo una idea que se hizo imagen en mi conciencia. En todo caso, si quiere hablar en términos de objetos, era un objeto de pensamiento (psíquico) que no material. La principal característica de toda imagen es ser presencia de una ausencia. A través de dicha presencia la imagen quiere alcanzar al objeto que realmente no está ahí (aunque puede existir, como en el caso de mi idea). Lo que le da su especificidad a la imagen hipnagógica es la inexistencia de referentes espacio-temporales que en los otros tipos de imágenes sí existen.

Además, no me parece que en mi conciencia imaginante de aquel momento exista una tensión entre lo sensible y lo racional. Mi conciencia quiso comprender (poseer) en imagen la idea que tenía en el pensamiento. Sin embargo, hay otro momento en el que sí me parece que encontramos esa tensión, y es: cuando merced a un acto racional me pregunté «¿a dónde voy?» y al instante, en un momento completamente irreflexivo (sin imágenes ni palabras) supe que «iba a cumplir mi destino».

Coincido con usted, "el objeto no es la unidad de las existencias", pero yo no estoy hablando de ningún objeto. Estoy hablando de una imagen. Y dicha imagen sí puede hacer que el objeto que hace presente tenga esa unidad. Precisamente, no puede haber imágenes individuadas, el sepulcro que "vi" no era éste o aquél, podía (aunque no necesariamente lo hizo) reunir en una complicada síntesis las características de todos los sepulcros que conozco. ¿Cómo supe que tenía nueve espacios si sólo "veía" tres?, mi saber en esa materia me echó la mano. Pero, ciertamente, fue sólo MI imagen (yo no lo llamaría enfoque).

Finalmente, no estoy enlazando irracionalidad a belleza. Sólo hablo de que la lluvia no me dejaba ver el camino. Además no vi (ahora sí sin comillas), esto es, no percibí ninguna tumba, sólo eran unos pinches bultos blancos que se me cruzaban en el camino y no me dejaban avanzar con libertad, ¿cómo iba a pensar que eran bellos? Lo que sí es cierto es que opongo la tranquilidad que me proporcionó la fascinación en la que mi idea real se encontró en completa libertad para realizarse en imagen, y, por tanto, volverse irreal (que no irracional) y la desazón que sentí al volver a construir una terrible realidad tan razonable.

P.D. Chale, pos si es así, yo ni siquiera he sido concebida, je. ¿Cuáles momentos valen la pena?

El leprosario dijo...

No concebida? jajaja, calle boca mujer, calle boca.

Viéndola bien (a la situación, no a usted que no tengo el gusto) ¿se puede mantener alguien en un estado maniaco depresivo permamentemente? ¿no sería tan ilógico como el que alguien estuviera siempre muy feliz?

Zihuatl dijo...

Leprosario:

No callo boca. Así es (para mí). Y tiene razón, yo no creo que se pueda mantener un estado maniaco-depresivo o de cualquier otro tipo permanentemente. Acuérdese...todo se acaba en esta vida, je. Pero el ejemplo que pone de la felicidad no me parece el adecuado, y es que, el padecimiento en cuestión es un trastorno bipolar que precisamente se caracteriza por alternar estados de manía (euforia, "felicidad" excesiva), con los de depresión (melancolía, tristeza). ¿Capta? Al final, esa "enfermedad" estaría volviendo "lógico" -como usted dice- o equilibrando el asunto.

Saludos...