viernes, julio 22, 2005

¿Un renacimiento espiritual?

Anoche recibí una llamada telefónica mágica. Uno de mis más queridos compas estaba tan aburrido que decidió marcarme. Después de los clásicos «¿cómo estás güey?», pasamos al ritual de ponernos al día con respecto a lo que ha ocurrido con nuestras vidas. En el curso de la charla, él se mostró sorprendido por no encontrarme tan apática como (casi) siempre; y después de escuchar las “nuevas”, no pudo más que afirmar: «no, pos es todo un renacimiento espiritual por el que estás pasando». He aquí lo que le conté:

Desde hace ya varios meses he venido reproduciendo una desagradable y cansona rutina. Despierto a las tres de la tarde. Desganada, me baño y bajo a prepararme mi sagrado desayuno. Regreso a la cama cargando mi plato de comida, el cesto con las tortillas y mi vasote con la reglamentaria coca. Ingiero el alimento sentada en la cama viendo una película. Una vez terminado el suculento almuerzo, cepillo mis dientes, llevo los trastes al fregadero y los lavo mientras caliento en la estufa el agua para el indispensable suero alivianador. Subo de nuevo a mi cuarto, tazota de café bien cargado en mano, y me dispongo a leer uno de los varios libros que se encuentran apilados al borde de la cama. Sólo interrumpo la lectura cuando me veo en la necesidad de recargar el café en mi taza o de descargarlo en la otra. Cuando escucho el sonoro gruñir de tripas que proviene de mi estómago (por ahí de las diez de la noche), repito el ritual alimenticio, pero ahora recetándome un capítulo de Sexo en la ciudad. Regreso a mi lectura. Las cuatro de la mañana marcan la última pausa en el camino, y es que las tragonas lombrices no me dejan en paz, exigen su merecida cena. Finalmente, a la luz del nuevo día (algunas veces ya muy entrada la mañana) detengo por completo tan afanoso trabajo y me entrego en los brazos de Morfeo. Cierto que dicha rutina a veces se ve alterada; sobre todo porque cambio la lectura por la escritura. Además, algunas veces la chamba es más satisfactoria que otras. Pero estarán de acuerdo en que cualquier rutina provoca fastidio. Pues bien, desde hace algunos días, la repetición ha dejado de tener esa connotación fastidiosa y me ha producido un inmenso placer. ¿Qué es lo que ha pasado?

Mi imaginación me ha trasladado a otros sitios: ya no es la cama donde estoy cuando leo; ya no es la silla la que ocupo cuando escribo. Estoy en otro lugar y rodeada de un montón de viejitos bonachones (aunque dándoselas de serios) que platican entre sí y algunas veces conmigo. Escucho sus complicadas disertaciones sobre los temas más variados. Los veo ponerse de acuerdo o agarrarse a trancazos. Siento las palmaditas que me dan en la espalda y alguno que otro tirón de cabello que también me brindan (algunos afectuosamente, otros con la desesperación de quien se encuentra ante una cabeza tan cerrada). Percibo su pasión, su cólera, su desilusión, su angustia, su miedo, su esperanza, su apatía y hasta su ironía. Saboreo las deliciosas mezclas que me preparan. Hasta mi nariz llega el olor de su soberbia, de su humildad, de su impotencia.

¿Será, como dice mi cuate, que mi alma ha vuelto a nacer? No lo sé. Pero, de cualquier forma, agradezco infinitamente a cada uno de mis sentidos por hacer tan especial mi encuentro con tan adorables mozalbetes.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No te manches qué le echas al café?, o a lo mejor es por que solo das dos comidas, pero que pinches alucines te avientas.
No te creas, ya en serio. Que chido que hayas encontrado una mejor manera de sobrellevar las largas jornadas. No nomás los chamacos pueden fantasear. Chido.

Zihuatl dijo...

Ja,ja,ja. Yoero carrilla. ¿Pos qué más hace uno? Ver, escribir y tratar de entender el chingo de letras que tenía enfrente, de pronto me aburrió. Ya no podía concentrarme. Ya no entendía ni "j". Leía tres cuatro veces lo escrito, y ni así. Tuve que inventarme una estrategia; y mira que resultó de lo mejor.
Gracias por leer tanta burrada.

Un abrazote.