No se imaginan cuántas veces he marcado ese número telefónico que mi memoria se resiste a borrar de sus archivos. Cada vez que la nostalgia me invade y siento la necesidad de escuchar su voz, casi inconscientemente, levanto el auricular y, sin ver las teclas, digito los ocho números mágicos que solían conectarme con su dulzura. En esas ocasiones, una leve esperanza me mantiene pegada a la bocina, hasta que, después del décimo ring, el tono de ocupado me dice que ya no me contestará. Entonces, cuelgo desilusionada y voy al refri en busca de un Carlos V.
Pero esta vez fue diferente. No sé que me hizo cobrar conciencia de lo que ya no puede ser. El chiste es que, a los tres timbrazos, me sentí tan patética que azoté el auricular con coraje. Pensé en cuán “descabellada” era mi actitud. En eso, el aparato se soltó hablando y me dijo categóricamente que para él no había imposibles. La verdad es que me cayó gordo por pedante y pretencioso. Sus palabras, tan seguras, me activaron el resorte del reto. Ni siquiera me importó el pequeño detalle del teléfono parlante, sólo podía pensar en qué cosa sería un imposible para él. De repente, el foco se me prendió: marcaría mi propio número. ¿Cómo podría comunicarme conmigo misma? ¡Claro que no! Lo pondría en su lugar.
Así que puse manos a la obra. Un tanto divertida, esperé pacientemente a que una máquina me dijera que la línea estaba siendo usada, con lo cual, sellaría mi triunfo en aquella ridícula competición. Mas cuál va siendo mi sorpresa cuando, en lugar de lo esperado, me topé con la señal que indica el proceso de enlace. En un primer momento, pensé que quizá había errado algún número. Pero cuando escuché aquella voz infantiloide que del otro lado me decía «diga» tan familiarmente, la tierra se me movió. Turbada, me aclaré la garganta y le dije a la extraña: «disculpa, es el 36…». La mujer me interrumpió y ella misma completó la serie de números. ¡Era la misma! Mi nerviosismo aumentó. Comencé a respirar con dificultad. Con mucho esfuerzo, eché a andar mis razonamientos: «quizá, las líneas se cruzaron…tal vez, la compañía de teléfonos…a lo mejor, no escuché bien…», pero no, algo de insuficiencia había en esas explicaciones. «¿Por qué habla como yo?», pensé. La desconocida se impacientó con mi silencio. Suspiró y, un tanto molesta, me urgió: «¿con quién deseas hablar?». Sin meditarlo, al instante le contesté: «con Zihuatl, por favor». «Ella habla —dijo intrigada—, ¿quién es?». Ya no cabía la menor duda. Su voz, sus palabras, sus actitudes…todas esas cosas ¡eran mías! Un nudo en la garganta me impidió emitir más nada. Sudaba copiosamente. La mano que sostenía la bocina me comenzó a temblar. La desesperación iba en aumento. El corazón se me quería salir. Los minutos transcurrían y no podía romper con mi mutismo. La chica todavía me insistió en dos ocasiones más con un «diga», pero de mis labios no salió ni pío. Al final, cansada de esperar respuesta, mi “otra yo” terminó por decir irónicamente: «¡vaya!, el mudo de nuevo…al menos ahora sé tu género», y colgó (¿colgué?).
Pero esta vez fue diferente. No sé que me hizo cobrar conciencia de lo que ya no puede ser. El chiste es que, a los tres timbrazos, me sentí tan patética que azoté el auricular con coraje. Pensé en cuán “descabellada” era mi actitud. En eso, el aparato se soltó hablando y me dijo categóricamente que para él no había imposibles. La verdad es que me cayó gordo por pedante y pretencioso. Sus palabras, tan seguras, me activaron el resorte del reto. Ni siquiera me importó el pequeño detalle del teléfono parlante, sólo podía pensar en qué cosa sería un imposible para él. De repente, el foco se me prendió: marcaría mi propio número. ¿Cómo podría comunicarme conmigo misma? ¡Claro que no! Lo pondría en su lugar.
Así que puse manos a la obra. Un tanto divertida, esperé pacientemente a que una máquina me dijera que la línea estaba siendo usada, con lo cual, sellaría mi triunfo en aquella ridícula competición. Mas cuál va siendo mi sorpresa cuando, en lugar de lo esperado, me topé con la señal que indica el proceso de enlace. En un primer momento, pensé que quizá había errado algún número. Pero cuando escuché aquella voz infantiloide que del otro lado me decía «diga» tan familiarmente, la tierra se me movió. Turbada, me aclaré la garganta y le dije a la extraña: «disculpa, es el 36…». La mujer me interrumpió y ella misma completó la serie de números. ¡Era la misma! Mi nerviosismo aumentó. Comencé a respirar con dificultad. Con mucho esfuerzo, eché a andar mis razonamientos: «quizá, las líneas se cruzaron…tal vez, la compañía de teléfonos…a lo mejor, no escuché bien…», pero no, algo de insuficiencia había en esas explicaciones. «¿Por qué habla como yo?», pensé. La desconocida se impacientó con mi silencio. Suspiró y, un tanto molesta, me urgió: «¿con quién deseas hablar?». Sin meditarlo, al instante le contesté: «con Zihuatl, por favor». «Ella habla —dijo intrigada—, ¿quién es?». Ya no cabía la menor duda. Su voz, sus palabras, sus actitudes…todas esas cosas ¡eran mías! Un nudo en la garganta me impidió emitir más nada. Sudaba copiosamente. La mano que sostenía la bocina me comenzó a temblar. La desesperación iba en aumento. El corazón se me quería salir. Los minutos transcurrían y no podía romper con mi mutismo. La chica todavía me insistió en dos ocasiones más con un «diga», pero de mis labios no salió ni pío. Al final, cansada de esperar respuesta, mi “otra yo” terminó por decir irónicamente: «¡vaya!, el mudo de nuevo…al menos ahora sé tu género», y colgó (¿colgué?).
4 comentarios:
Órale, chido su desdoblamiento ñiña. Y si, nunca olvidaré la primer palabra que escuché del otro lado del auricular, y el inconfundible «diga», que (extraña palabra), preludio para abrir un diálogo que hoy se mantiene!!!
Salute!!!
Salud por eso mi Leprosario. Brindo por que el mutismo no nos gane en nuestro intercambio, ¿le parece?
Saluditos
"Toc, Toc, Neo despierta."
Me he quedado estasiado con esta narración de adrenalina pura.
Vibré en octava con tus palabras.
Y como cuando se dice por ahí:
"Me pareció que ya lo conocia".
Ja,ja,ja, 'che Scandicus carrilla. ¿A poco crees que nomás tú te avientas tus viajesotes?
Saluditos
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