miércoles, mayo 25, 2005

Un dilema no tan minúsculo

Como saben, últimamente he tenido que recetarme muchas horas televisivas, y aunque en ocasiones me resulta fastidioso, hay veces en las que, paradójicamente, dejar oxidarse mi cerebro ante la alienante caja negra es de suma utilidad. El otro día (uno de esos en los que cambias de canal a tontas y a locas porque estás aburrido), me encontré un programa interesante en A&E Mundo. Se trataba de los niños hiperactivos y del dilema de medicarlos —o no— mediante una «exitosa» droga llamada Ritalín. Pues bien, en dicho programa se expusieron los argumentos sostenidos por dos corrientes de pensamiento contrarias. Médicos y padres hablaron sobre las experiencias que tenían desde su propio campo de acción y sobre la manera en que concebían el problema. En la confrontación de ideas salieron a relucir posturas a favor y en contra de la medicación. Desde las primeras, se hablaba de la conveniencia de medicar a este tipo de niños; mientras que desde las segundas, se hacía referencia a los inconvenientes morales, éticos y hasta físicos, que conllevaba el hacerlo.

Las posturas a favor
Los médicos (psiquiatras en su mayoría), argumentaron que los avances de la “ciencia” validaban la medicación de los niños en estas condiciones. Dichos personajes señalaron que el Ritalín tenía sesenta años de aplicación en seres humanos y que eso permitía probar su efectividad pues, a lo largo de ese tiempo, la mencionada droga se había venido modificando, adecuando y perfeccionando, salvando con ello los inconvenientes que se fueron encontrando a lo largo de su historia. Según ellos, más valía tener seres humanos «sanos» y «normales» aunque para ello hubiera que medicarlos. Pero, desde mi punto de vista, se les olvido considerar que las concepciones de la salud y de la normalidad varían a través del tiempo y del espacio. Y es que las trataron como categorías eternas e inmutables, como si nuestros antepasados hubieran hablado de las mismas cosas que nosotros cuando se refirieron a la salud y a la normalidad, o como si aquí y en China esas palabras significaran lo mismo. Así, se limitaron a justificar la bondad de los avances de la ciencia —de la psiquiatría en particular—, con base en los requerimientos de una sociedad: la norteamericana actual, con todas sus especificidades, sin llegar a cuestionar el por qué de esos requerimientos. Con ello, legitimaron el curso de un «mundo desbocado» (como diría el buen Giddens) que en su loca carrera se ha llevado entre las patas a unos niños que, sin deberla ni tenerla, tienen que pagar los platos rotos. Ahora se crucifica a los niños por «inadaptados»; por tener «problemas de comportamiento» (como si ese comportamiento fuera sólo uno válido en todo momento y lugar, como si fuera algo “natural”); por «hiperactivos» y contravenir las órdenes de los adultos “normales” (padres y maestros que tratan con ellos regularmente); por tener problemas para adaptarse a las reglas impuestas por la sociedad ya que aprenden lento, no cumplen con sus obligaciones, son irrespetuosos, desobedientes, respondones, en fin, malos, y al serlo, ponen en peligro el tan preciado orden que esas reglas están salvaguardando. Pero hay que poner atención al tipo de “orden” que se está defendiendo, ya que nos podemos encontrar con algunas sorpresitas. ¿Acaso el estilo de vida actual no es lo suficientemente estresante como para que sea él mismo el que esté produciendo a sus «anormales»?, ¿ese es el orden que queremos?, ¿nuestros niños tienen la obligación de embarcarse en esta locura si es que quieren ser considerados normales? Lo que yo les diría a estos psiquiatras que tienen una fe ciega en los “avances” que la química ha conseguido con la fabricación de medicamentos tan novedosos y que prometen tanto, es que la ciencia no es buena en sí misma, que tienen que cuestionar al orden que están legitimando y de paso preocuparse por las personas que crucifican con su hacer.

Por su parte, los padres que se mostraron a favor de la medicación, confesaron que, en un primer momento, se enfrentaron al conflicto moral que representaba tomar la decisión de medicar a sus peques. No obstante, el discurso de la psiquiatría los convenció porque ya habían comprobado la efectividad de los medicamentos. Sostienen que no quieren que sus hijos sufran al enfrentarse a un mundo que los rechace por «inadaptados»; que quieren la felicidad para sus hijos, y creen que siendo «normales», como cualquier otro niño, la van a obtener. Pero hablan como si la felicidad radicara en la privación de la libertad de elección, en pro del bien común. Desde mi punto de vista, estos padres no toman en cuenta el cuestionamiento que lanzan sus crías. No se dan cuenta de que esas criaturas no aceptan la realidad que les tocó vivir porque es muy agresiva. En realidad, lo que esos niños le están pidiendo a sus padres es cariño, tiempo de calidad, y protección. Pero ellos no alcanzan a captar el mensaje. Creen que dándoles una pastillita van a llenar el vacío que dejan en sus hijos por irse a trabajar, a tomar la copa, o a cumplir los múltiples compromisos que tienen (dado el estilo de vida actual). Con esta afirmación, no pongo en duda el hecho de que esos chiquitos sufran al ser tratados como retardados, como locos o como raros. Así es, no sólo con los maestros, sino también con los demás niños (quienes pueden llegar a ser muy crueles). Imaginemos, por ejemplo, la impotencia de un niño que, al no aprender a leer con la misma rapidez que el resto de sus compañeros, es objeto de burlas y rechazos por parte de éstos. No obstante, so pretexto de aliviar ese dolor, puede uno llegar a ¡hacerlos responsables de su condición!, y con ello, legitimar unas reglas excluyentes, y las actitudes que, con base en esas reglas, pueden estar negando la condición humana del «otro», del diferente.

Las posturas en contra
Los médicos (y otros que más bien les da por la filosofía), estudiosos del fenómeno, hicieron una denuncia. Señalaron que la decisión de medicar a los niños hiperactivos, respondía a los intereses y necesidades de una sociedad «normal», que no se preocupaba por lo que los propios niños opinaban. Desde su punto de vista, los que se quejaban por la situación no eran los niños considerados «problema», sino los padres, los maestros, y el resto de la sociedad «normal». En consecuencia, decían que lo que la ciencia médica hace, es tratar de cubrir esas necesidades, sin preguntarles a los peques lo que quieren.

De otro lado, están los padres, quienes, imposibilitados moralmente para decidirse a medicar a sus hijos (porque el amor pudo más), buscaron otras alternativas para enfrentar el problema. La decisión que tomaron (el dedicarles más tiempo a sus hijos), le propició más chamba, pero no le sacaron. Tomaron de las manos a sus hijos y se pusieron a trabajar con ellos, incluyéndolos. Se mostraron reticentes a tener fe ciega en la ciencia y decidieron responsabilizarse ellos mismos de sus problemas.

Ustedes notarán la gran diferencia del espacio que ocupa el relato del argumento de unos y otros. Pero, en este caso, la cantidad no es signo de importancia. Por supuesto que estoy del lado de quien se niega a medicar a unos bebos inocentes, por eso no tengo más palabras que agregar a sus argumentos. Ustedes disculparan. Ya me siento madre de Sebastián y eso me hace opinar con la fuerza de quien ya tiene hijos. Los niños nos mandan mensajes. No hay que desatenderlos. Y me lo digo a mí misma…como una enseñanza.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Esa zihuatl, siempre tan contaminada con sus ideas antipsiquiátricas.
Nipaki nimitz itta.

Zihuatl dijo...

No pos el gusto es mío don "F".