Cruel amante que me das la espalda cuando más te deseo. Cuando la vida se apaga, te busco melosa, y tú te limitas a abandonar mi lecho, dejándome a merced de las sombras que se aposentan en mi recinto. Mi cuerpo ardiente rueda de aquí para allá anhelando tu abrazo, mas tu respiración sobre mi cuello nunca llega. ¿Qué puedo hacer para que vengas a mí? ¡Dímelo tú! Los sabios consejos de mis ancestros no me han servido. Mis labios te llaman a saborear el tibio y lactoso néctar del que se han impregnado. Mi vientre te urge a aspirar el aroma de las flores en las que se ha purificado. Mi mente te exige recorrer con ella los deformados mundos a los que ha sido arrastrada por algún elixir relajante. Mi corazón te invita a unirte al coro que pálpito a pálpito enumera los borreguitos saltarines que desfilan por la pradera. Pero tú, inflexible, continúas resistiéndote. Te alejas con la nausea signando tu expresión.
Luego, cuando menos lo espero, regresas convertido en una fiera implacable. Me haces tuya sin reparar en lugares o en condiciones. Me expones a situaciones vergonzosas y peligrosas. Me arrancas del fluir de acontecimientos obligándome a faltar a mis compromisos. Cuando tu brusco arrebato me aprisiona, no hay ti-ti-ti, ring-ring, ding-dong, toc-toc, vocecita interior o grito exterior que me libere. Mi débil voluntad no puede escapar a tu embrujo; por el contrario, siempre termina rindiéndose ante tus encantos.
Y tú (¡malagradecido!), no conforme, te diviertes torturándome. Me hablas de aquello que no quiero recordar porque lastima. Haces desfilar ante mí a toda una corte de ausencias que me hieren. Otrora las disfrazabas como perros furiosos persiguiendo a su presa, pero ahora les has dado rostros humanos. Ya no me ladran, ahora me dicen cosas que necesito escuchar. Ya no me clavan sus ojillos inyectados de sangre, ahora me miran tiernamente. Ya no buscan desgarrarme con sus colmillos, ahora me brindan sus sonrisas. Ya no me crispan sus lomos en son de ataque, ahora me ofrecen sus manos para levantarme. Ya no van tras de mí, ahora me aguardan: aquí un regazo, allá un pecho, más acá un hombro, todos prestos a recibir y a cobijar mi atormentada sien. Rostros, palabras, silbidos, canciones, miradas, muecas, abrazos, caricias, actitudes…que ya no están, que ya no serán.
¡Maldito!, ¿por qué los revives? Tanto que he trabajado para sepultarlos en el silencio donde no duelan más. Te encanta levantar tu hacha una y otra vez sobre mi cabeza inmóvil (como quien afina la puntería). ¡Ya suelta el madrazo!, ¿qué esperas? ¡Ja!, te maldigo como si fueras alguien ajeno a mí. Y pensar que basta con que levantes tu capota para que me pueda descubrir debajo. No, inconsciente superzihuatl, no te hagas pendeja, tu sueño no es tu verdugo, eres tú.
Luego, cuando menos lo espero, regresas convertido en una fiera implacable. Me haces tuya sin reparar en lugares o en condiciones. Me expones a situaciones vergonzosas y peligrosas. Me arrancas del fluir de acontecimientos obligándome a faltar a mis compromisos. Cuando tu brusco arrebato me aprisiona, no hay ti-ti-ti, ring-ring, ding-dong, toc-toc, vocecita interior o grito exterior que me libere. Mi débil voluntad no puede escapar a tu embrujo; por el contrario, siempre termina rindiéndose ante tus encantos.
Y tú (¡malagradecido!), no conforme, te diviertes torturándome. Me hablas de aquello que no quiero recordar porque lastima. Haces desfilar ante mí a toda una corte de ausencias que me hieren. Otrora las disfrazabas como perros furiosos persiguiendo a su presa, pero ahora les has dado rostros humanos. Ya no me ladran, ahora me dicen cosas que necesito escuchar. Ya no me clavan sus ojillos inyectados de sangre, ahora me miran tiernamente. Ya no buscan desgarrarme con sus colmillos, ahora me brindan sus sonrisas. Ya no me crispan sus lomos en son de ataque, ahora me ofrecen sus manos para levantarme. Ya no van tras de mí, ahora me aguardan: aquí un regazo, allá un pecho, más acá un hombro, todos prestos a recibir y a cobijar mi atormentada sien. Rostros, palabras, silbidos, canciones, miradas, muecas, abrazos, caricias, actitudes…que ya no están, que ya no serán.
¡Maldito!, ¿por qué los revives? Tanto que he trabajado para sepultarlos en el silencio donde no duelan más. Te encanta levantar tu hacha una y otra vez sobre mi cabeza inmóvil (como quien afina la puntería). ¡Ya suelta el madrazo!, ¿qué esperas? ¡Ja!, te maldigo como si fueras alguien ajeno a mí. Y pensar que basta con que levantes tu capota para que me pueda descubrir debajo. No, inconsciente superzihuatl, no te hagas pendeja, tu sueño no es tu verdugo, eres tú.
2 comentarios:
Buena composición niña, tenía un pokitin de no visitar su página, gracias por esas reflexiones, y si, no hay peor verdugo de uno que uno mismo.
En fin, ojalá algo salga de bueno de esa reflexión. Duro y adelante!!!
Saludos
Atte. Mi medianoche es también mi mediodía
Ese mi Medianoche, gracias por la visita.
Saludos
Publicar un comentario