¿Quién lo diría?, ya pasaron dos años desde que estampé mi firmé en el dichoso papelito. Eso amerita una chela, ¿no te parece? Brindo por este largo periodo de apretujancias porque, sin embargo, se mueve. A tu salú.
Recuerdo aquel día. Estaba en compañía de La Doña, sentada en la salita de espera —que, por cierto, estaba adornada con cuadros multicolores re’gachos—, con las manos sudorosas. Todavía dudaba del paso que iba a dar. Abrazaba a Nonatí con ansiedad. Ya iba, ya venía, parecía león enjaulado. Brincaba para quitarme de encima ese sentimiento indescriptible, mezcla de terror y de dicha. El pantalón de mezclilla colgado en aquél tendedero de azotea solitario —pintura signada por un tal Gómez, que en su casa lo conocen—, me anunciaba las penurias venideras. Tenía la boca seca. El pulso estaba al mil por hora. Quería salir corriendo de ahí. A punto estaba de ir a buscar una tienda para comprar un chesco, cuando arribó la recepcionista. «¿La señorita Zihuatl?», preguntó con el tono tan peculiar que tienen las voceras de las tiendas de autoservicio. ¡Chin!, se me cayeron los chones. Ahí vamos pa’dentro. Sin decir agua va, me pusieron enfrente siete hojas tamaño oficio, llenas de letras y sellos por los dos lados. El señor licenciado hablaba y hablaba, pero yo no lo escuchaba. Un zumbido constante y sordo me aisló del mundo. Las letras me brincaban, así que tampoco pude leer el amenazador documento. Nonatí me miraba con ternura. Parecía burlarse de mí. Seguramente le hacía gracia mi brillante bigote (por aquello de las gotitas de sudor). Por fin, el don dejó de parlotear y señaló con su dedo un espacio en el que con dificultad pude reconocer que estaba anotado mi nombre. Miré por última vez a La Doña, con la expresión de los desahuciados. Tomé el bolígrafo que se me ofrecía. Y, temblorosa, escribí mi nombre en el lugar indicado.
Sí, cero y llevamos dos. Sólo quería decir: Gracias. Por recibirme en tu regazo. Por protegerme de la lluvia que gota a gota orada mi espíritu; del viento que soplo a soplo hiela mi alma; del sol que rayo a rayo seca mi corazón. Por hacer eco a mis sollozos y a mis carcajadas. Por contagiarme de tu armonía y de tu paz. ¡Qué bien se está aquí!
Recuerdo aquel día. Estaba en compañía de La Doña, sentada en la salita de espera —que, por cierto, estaba adornada con cuadros multicolores re’gachos—, con las manos sudorosas. Todavía dudaba del paso que iba a dar. Abrazaba a Nonatí con ansiedad. Ya iba, ya venía, parecía león enjaulado. Brincaba para quitarme de encima ese sentimiento indescriptible, mezcla de terror y de dicha. El pantalón de mezclilla colgado en aquél tendedero de azotea solitario —pintura signada por un tal Gómez, que en su casa lo conocen—, me anunciaba las penurias venideras. Tenía la boca seca. El pulso estaba al mil por hora. Quería salir corriendo de ahí. A punto estaba de ir a buscar una tienda para comprar un chesco, cuando arribó la recepcionista. «¿La señorita Zihuatl?», preguntó con el tono tan peculiar que tienen las voceras de las tiendas de autoservicio. ¡Chin!, se me cayeron los chones. Ahí vamos pa’dentro. Sin decir agua va, me pusieron enfrente siete hojas tamaño oficio, llenas de letras y sellos por los dos lados. El señor licenciado hablaba y hablaba, pero yo no lo escuchaba. Un zumbido constante y sordo me aisló del mundo. Las letras me brincaban, así que tampoco pude leer el amenazador documento. Nonatí me miraba con ternura. Parecía burlarse de mí. Seguramente le hacía gracia mi brillante bigote (por aquello de las gotitas de sudor). Por fin, el don dejó de parlotear y señaló con su dedo un espacio en el que con dificultad pude reconocer que estaba anotado mi nombre. Miré por última vez a La Doña, con la expresión de los desahuciados. Tomé el bolígrafo que se me ofrecía. Y, temblorosa, escribí mi nombre en el lugar indicado.
Sí, cero y llevamos dos. Sólo quería decir: Gracias. Por recibirme en tu regazo. Por protegerme de la lluvia que gota a gota orada mi espíritu; del viento que soplo a soplo hiela mi alma; del sol que rayo a rayo seca mi corazón. Por hacer eco a mis sollozos y a mis carcajadas. Por contagiarme de tu armonía y de tu paz. ¡Qué bien se está aquí!
7 comentarios:
Hay, ya extrañaba algunas lineas de su cosecha. Buen punto, importante paso que dió. lugares donde vivir hay de todo tipo, desde las cuevas de Altamira, hasta el Escorial, o el palacio de Windsor, sin embargo, solo hay un breve espacio que genuinamente es de nuestro agrado, Felicidades por eso.
Ánimo y salute!!!
Atte. Mi medianoche es también mi medidía
Si amerita un Saluuuu (hasta mas, deje encuentro el six).Alzo mi bote, no el que se mueve mueve el bote, si no el de la aguita especial, para momentos especiales como este. ¡Por uno de sus logros mas acertivos! ¡Está re suave ahí!
Chido mi Medianoche. Perón por el abandono, pero ya sabe a dónde van todas mis letras, ¿eda? Y sí, este espacio es el mío y se está muy bien en él (a pesar de las apretujancias, je). Ya me invitará una chela para que brindemos a su salú.
Mi Nieta querida, ya se está volviendo re'borracha, ¿eh? ¡Bien por eso! Páseme un bote, ¿o qué?, je. No se crea, ya me traerá un 24 cuando vuelva a visitar ésta su humilde guarida. Saludines.
Extrañable, acogedor, confortante . . eso es para mi su espacio tan especial.
Y pensar que yo quiero conseguir el de al lado !!!
Besos !!!
Mi Andromeda del alma, si usted se convirtiera en mi vecina, tendría una cosa más que agradecerle a mi rinconcito. Estaría chidísimo. Lo malo es que no creo que los de al lado se piensen mover. Pero ya le dije, hay un lugarcito enfrente que le está haciendo ojitos. Ahí verá.
Saludines
que chingon
A la orden mi malo. Nomás es cosa de que se decida.
Saludos
Publicar un comentario