Me reuní con la bola de “quedadas” que conforman mi círculo frecuente de amigas. El mote nos lo puso la madre de una de ellas, aunque quizá sería más adecuado decir que fue la sociedad toda, pues, tradicionalmente, así se les llama a las mujeres cuando llegan a cierta edad y aún no se han casado. En estos nuevos tiempos de libertad e independencia, mucho se especula sobre lo anticuado de esas actitudes, pero todavía continúan muy vigentes, y, si no me creen, pregúntenle a mi sobrinita, que me llama todos los días para invitarme a que me matrimonie. Mas ese no es el tema que me ocupa en esta ocasión, quizá más adelante me aventure con alguna reflexión al respecto. Por el momento, permítanme seguir con el relato de mi día de pinta.
Regularmente, nuestras reuniones son muy similares. Rincón apartado, abundantes tragos, tabaco al por mayor, buena música, amenas pláticas sobre los más variados temas: trabajo, familia, proyectos, historia personal, películas, noticias, perros, viajes, libros...pero nunca sobre hombres, quién sabe por qué , tal vez porque nos dan güeva las clásicas charlas de chavas. No obstante, en esta ocasión una de las chicas se salió de la olla. Aunque nunca nos hemos puesto de acuerdo en cuanto a vedar ciertos tópicos en nuestras conversaciones, es innegable que la fuerza de la costumbre ya ha hecho de las suyas. Quizá por eso, nos incomodamos cuando la Chapis rompió con nuestro pacto implícito al hablarnos de la experiencia que tuvo en su terapia semanal. «Mi psicóloga me acaba de decir que he estado con el mismo hombre en todas mis relaciones sentimentales, ¿lo pueden creer?» prorrumpió molesta. Ante la sola mención de la palabra “prohibida”, todas ocupamos nuestras bocas como tratando de evadirla. Algunas encendimos un cigarrillo, otras carraspearon, otras más dieron un sorbo a sus bebidas. Pero la Chapis ni cuenta se dio, y continuó: «según ella, he fracasado en el amor porque siempre voy tras el mismo tipo de galán». Silencio absoluto. Nadie hizo comentario alguno. Las cuerdas de la guitarra del trovador parecían haber adquirido una acústica especial y vibraban con mayor intensidad. Los requintos se hicieron tan notables, que captaron completamente nuestra atención. Así que, al no encontrar eco, la Chapis desistió. Se hundió en el equipal y fijó su mirada en las figuras que se formaban con el humo que emanaba de sus labios. Todas, en silencio, atendíamos al buen desempeño del músico que estaba en la esquina. Aunque yo más bien creo que fingíamos apreciar la melodía, para poder ocupar tranquilamente nuestros pensamientos con esa idea loca que le dio al traste a nuestra reunión. ¿Será que salimos con la misma persona cada vez?, ¿seguimos algún patrón al relacionarnos sentimentalmente?
Regularmente, nuestras reuniones son muy similares. Rincón apartado, abundantes tragos, tabaco al por mayor, buena música, amenas pláticas sobre los más variados temas: trabajo, familia, proyectos, historia personal, películas, noticias, perros, viajes, libros...pero nunca sobre hombres, quién sabe por qué , tal vez porque nos dan güeva las clásicas charlas de chavas. No obstante, en esta ocasión una de las chicas se salió de la olla. Aunque nunca nos hemos puesto de acuerdo en cuanto a vedar ciertos tópicos en nuestras conversaciones, es innegable que la fuerza de la costumbre ya ha hecho de las suyas. Quizá por eso, nos incomodamos cuando la Chapis rompió con nuestro pacto implícito al hablarnos de la experiencia que tuvo en su terapia semanal. «Mi psicóloga me acaba de decir que he estado con el mismo hombre en todas mis relaciones sentimentales, ¿lo pueden creer?» prorrumpió molesta. Ante la sola mención de la palabra “prohibida”, todas ocupamos nuestras bocas como tratando de evadirla. Algunas encendimos un cigarrillo, otras carraspearon, otras más dieron un sorbo a sus bebidas. Pero la Chapis ni cuenta se dio, y continuó: «según ella, he fracasado en el amor porque siempre voy tras el mismo tipo de galán». Silencio absoluto. Nadie hizo comentario alguno. Las cuerdas de la guitarra del trovador parecían haber adquirido una acústica especial y vibraban con mayor intensidad. Los requintos se hicieron tan notables, que captaron completamente nuestra atención. Así que, al no encontrar eco, la Chapis desistió. Se hundió en el equipal y fijó su mirada en las figuras que se formaban con el humo que emanaba de sus labios. Todas, en silencio, atendíamos al buen desempeño del músico que estaba en la esquina. Aunque yo más bien creo que fingíamos apreciar la melodía, para poder ocupar tranquilamente nuestros pensamientos con esa idea loca que le dio al traste a nuestra reunión. ¿Será que salimos con la misma persona cada vez?, ¿seguimos algún patrón al relacionarnos sentimentalmente?
Nonatí decía que el que busca encuentra, y así es. Esta tarde, yo busqué mi patrón, y lo encontré. Me percaté de que voy en pos de los imposibles. Claro que me gusta adornarlos con el título de admirables, es decir, según yo, todas mis parejas me han causado admiración en algún sentido, y no me puedo imaginar estar con alguien que no me provoque eso. Pero, echándole un poquito de coco, fácilmente pude convertir ese requisito indispensable en una imposibilidad. ¿Cómo?, muy fácil. Mientras admiro a alguien, me parece inalcanzable. Pero luego, si tengo éxito, tiendo a revertir la fórmula, esto es, cuando lo alcanzo, deja de producirme admiración, lo bajo del nicho. Entonces, deja de tener el ingrediente principal y todo se viene abajo. ¡Chale!, no pude evitar identificarme con el Sísifo. Parece que no he hecho otra cosa más que subir la piedrota a una cima lejana, y cuando llego arriba, la méndiga se me vuelve a caer. ¿Estaré condenada como él?