viernes, abril 29, 2005

Una noche triste como muchas

Yo no sé escribir con palabras bonitas, elegantes, rebuscadas, metafóricas, poéticas, o en última instancia, quizá hasta coherentes. Sin embargo, hoy necesité sólo escribir, como fuera. Quería decirte cuánto me haces falta, cuánto te extraño, y cuánto sufrimiento albergo en mi corazón a causa de tu partida. A veces paso mis días como cuando tú estabas aquí, es decir, creo que estás en tu casa, arreglándotelas de alguna manera, quizá peleándote con tu nueras, tus hijos, tus nietos o tus vecinos; pero cuando se acaba mi día [por ahí de las 5 o 6 de la mañana], después de haberme dado en la madre con tanto pinche trabajo —en parte para evadirme y no pensarte, extrañarte o sufrirte—, vuelves a mi mente y a mi corazón, y es cuando siento una profunda soledad, siento la orfandad en toda su extensión, y me pregunto ¿qué me queda?, la respuesta que encuentro muchas veces es: «nada», ya no tengo por lo que seguir aquí, ya no tengo vínculos en este mundo. Pero otras veces, saco fuerzas de no sé dónde y me propongo construir otras anclas que me hagan sentir que todavía queda algo en esta vida que vale la pena para mí. Necesito creer que tiene sentido que yo siga aquí. ¿Por qué me dejaste sola?
La última noche que estuve a tu lado [o que estuviste al lado mío], quería decirte un montón de cosas. ¿Te acuerdas que te leí un cuento?, creo que se llama “no se apene mi sargento”, o algo así. Es de Eraclio Zepeda, un chiapaneco que escribe muy chido. Pues bien, no se si recuerdes de qué se trataba pero con él te quería decir que necesitaba que me hablaras, que me interesaba saber quién eras, qué había sido de tu vida, por qué eras como eras, que te había hecho feliz, y también qué te había entristecido en la vida. Quería gritarte que te quiero mucho, que me haces falta, que tenía miedo de que partieras, que ya te aliviaras, que no sufrieras, que había valido la pena tu existencia, que habías hecho un montón de cosas buenas en tu estancia por estos «lares», que pese a todo lo malo que te rodeó siempre destacaste e hiciste una buena labor con tu familia, que te admiraba un chingo y que eras lo más importante —aun por encima de mí misma— en mi vida. Deseaba que me sintieras a tu lado, y que supieras que contabas conmigo, aunque decidieras irte, yo te apoyaba, pero no me agradaba la idea de que lo hicieras pensando que no había valido madre tu papel aquí. En fin, muchas cosas se quedaron sólo ahí, pensaba que la siguiente noche sería la última, y que podría despedirme en forma, pero te me adelantaste, se me hace que presentías lo que yo estaba pensando y no quisiste dejarme ese amargo momento. Quizá tuviste razón, no sé cómo hubiera manejando el hecho de que te me murieras en los brazos, tal vez no la hubiera librado —¡ja!, lo digo como si ya estuviera del otro lado—, de cualquier forma, muchas gracias por todo lo que fuiste y sigues siendo para mí.
Me duele pensar que muchas promesas se quedaron sin cumplir. No te pagué los cinco mil pesos que me prestaste para dar el enganche de la casa, ni te compré la tuya en Bugambilias, no te compré tu carro, no te llevé con tu hija Elba a Estados Unidos, no te puse la cocina integral en tu casa, no estuve contigo más tiempo, no te hice feliz —aunque lo intenté—. Perdóname por haberte fallado.
Y mil disculpas también por mi comportamiento actual. Yo sé que tú no hubieras querido que tus hijos estuvieran divididos, pero no puedo acercarme, tengo mucho rencor (sino es que odio) por ciertas viejas, y aunque sé que les hago falta a mis hermanos, no me agrada la idea de ser hipócrita y pasar por alto lo que siento. Sé que la única que sale perdiendo ahí soy yo, puesto que aparte de amargarme la existencia, no puedo ver a mis hermanos y sentirlos conmigo —con la falta que me hace—. En fin, ya vendrán tiempos mejores y te daré gusto, pero de corazón, por hoy no puedo ¿me esperas?
Luego sigo platicando contigo, para contarte cómo me va en la vida, y para que me ayudes a ordenar algunas cosas que traigo hechas un desmadre en la cabeza; además para recordar juntas nuestros momentos ¿te parece?, por ahí dicen que son los recuerdos los que nos mantienen con vida, y la neta yo quiero aprender a vivir. Hoy estoy triste como siempre, y te estoy pensando, también como siempre, sólo quería compartirlo contigo, quería comenzar a construir el puente de comunicación entre tú y yo. Si no lo había hecho antes es porque consideraba que no sabía cómo, pero ahora, aunque sigo creyendo que no sé cómo hacerlo, quiero aprender a hacerlo haciéndolo.

Tu niña….20 de marzo de 2004.

2 comentarios:

El leprosario dijo...

Chale, la neta no me había llegado lo suficientemente este ensayo. Igual y no le había puesto la suficiente atención, aunque para mi, hay días que la subjetividad simplemente me desborda. Su texto está llegador y abre muchas reflexiones, aunque se que es sólo un diálogo con la parte que le hace dar la batalla a usted y estar aquí.

Mis respetos!!

Zihuatl dijo...

Chido joven. La neta...sin palabras.

Ayosito